Cultura e imperialismo by Edward W. Said

Cultura e imperialismo by Edward W. Said

autor:Edward W. Said [Said, Edward W.]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Debate
publicado: 2018-05-23T22:00:00+00:00


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Un apunte sobre el modernismo

No existe visión o sistema social que posea hegemonía total sobre su terreno. Al estudiar los documentos de la cultura que han coexistido y apoyado con éxito las empresas globales de los imperios europeos y norteamericano, no estamos decretando su liquidación o sugiriendo que interesan menos como arte porque hayan formado parte, de modo complejo, de la tarea imperialista. Mi trabajo aquí habla de una voluntad en gran medida extendida y carente de oposición respecto al dominio de ultramar, pero no totalmente ausente de aquella. Debemos, en efecto, sentirnos impresionados por el modo en que a finales del siglo XIX los sectores colonialistas europeos, por ejemplo, eran capaces, ya por apoyo popular, ya por intereses concretos, de presionar a los estados para que se apoderaran de más tierras y sometieran al servicio imperial a más y más nativos: muy pocos en las metrópolis trataban de detener u obstaculizar el proceso. No obstante, aunque poco efectiva, siempre hubo resistencia. El imperialismo no es solo una relación de dominación, sino que también está comprometido en una peculiar ideología de la expansión. Hay que reconocer que Seeley fue capaz de admitir que la expansión era más que una inclinación, que «evidentemente es el gran factor de la historia inglesa moderna».[1] Proclamas semejantes hicieron en Estados Unidos el almirante Mahan y en Francia Leroy-Beaulieu. Y la expansión podía tener lugar con tan espectaculares resultados solo porque para esa tarea se disponía de suficiente poder en Estados Unidos y en Europa: poder militar, económico, político y cultural.

Una vez que se consideró inevitable el hecho básico del control occidental y europeo sobre el mundo, empezaron a tener lugar, con una mayor frecuencia, discusiones mucho más complejas y, me permitiría agregar, marcadamente antinómicas. Esto no alteró de inmediato el sentimiento de permanencia soberana y presencia irreversible, pero sí llevó a practicar un peculiar estilo cultural extremadamente importante en la sociedad occidental, que jugaría luego un papel interesante en el desarrollo de la resistencia antiimperialista en las colonias.

Los lectores de The Passions and the Interests de Albert O. Hirschman recordarán que este atribuye la procedencia y consolidación del debate intelectual que acompañó la expansión europea a la idea de que la pasión humana debía ceder su lugar a los intereses como método para gobernar el mundo. A finales del siglo XVIII, cuando esta idea triunfó, se convirtió en un objetivo lleno de oportunidades para aquellos románticos que veían en su propio mundo, centrado en el interés, un símbolo de la situación egoísta, aburrida, carente de atractivo, que habían heredado de las generaciones anteriores.[2]

Extendamos el método de Hirschman al problema del imperialismo. A finales del siglo XIX el imperio inglés era preeminente en el mundo y el argumento cultural que sostenía el imperio había triunfado. Después de todo, lo real era el imperio y, como Seeley aseguraba ante su audiencia, «Nosotros, en Europa... estamos completamente de acuerdo acerca de que el tesoro de verdad que forma el núcleo de la civilización occidental es infinitamente más



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